viernes, 20 de febrero de 2009

Anoche volví a verlo

Anoche se dio la reunión en la Tasca del Rocío para ver los videos que traje de Medellín y Bogotá, que incluyó imágenes de la visita y tienta en la ganadería del maestro César Rincón, así como el plus del mano a mano de su despedida, con Ponce, del año pasado. Plaza llena y gran ambiente tuvimos. Tengo por ahí algunos vídeos de Bilbao, con Ponce - Juli - Manzanares, otro de Dax que bien podríamos programar para ver juntos en próxima cita, como haciendo antesala de la temporada que se inicia en España. ¡Manzanares! la verdad que pasó con el auditorio de anoche, lo que se vivió en la Plaza Santamaría de Bogotá. Que Manzanares inundó la noche de arte, de torería, de toreo profundo, acompasado, templado, de gusto. Y por eso, te dejo aqui lo que el gran taurino y escritor Antonio Caballero (el del libro 7 pilares del toreo, te lo recomiendo) escribió de él la tarde, ya histórica de Bogotá, el 8 de febrero pasado.

¡Ah! Pero ¡ y Manzanares!
Manzanares, José María. Vengo desde hace mucho tiempo asegurando que este José María, hijo de José Mari Manzanares, es lo mejor que hay en el toreo. En un libro que publiqué hace años, titulado “Los siete pilares del toreo”, terminaba el capítulo dedicado a su padre diciendo que si lo exprimieran como se exprime un trapo, de él saldría "jugo de toreo puro": o sea, su hijo, este Manzanares de ahora, que cuando escribí aquello era apenas un jovencísimo novillero que acababa de presentarse en festejos con caballos.

Luego fue un tiempo novillerito de lujo, un hijo de papá. Luego, matador de alternativa que empezó bien y, por exceso de mimos, tuvo un bache. Y finalmente reventó en este torero cuajado y majestuoso que pudimos ver el domingo en la Santamaría. Con la gracia del padre, pero con más ganas que él. Con un temple a la vez firmísimo y dulcísimo, que consigue adespaciar la embestida del toro hasta lograr unos pases de duración interminable que al toro y al espectador dejan sin aliento.

No sé si a él. Él sigue, cita dando el medio pecho, alzando al cielo el brazo como una de esas estatuas repetidas de la Roma antigua que representan a los césares sucesivos: y el toro viene, y pasa, y la inmóvil estatua se cambia en movimientos para cambiarse la muleta de mano en la mitad del pase y seguir por naturales para rematar por fin, al cabo de ya no sé cuánto tiempo, en un pase de pecho como una ola inmensa.

Eso, con su primer toro, uno de gran calidad pero sin ninguna fuerza y que quería rajarse y al que tuvo bebiendo en la muleta para que no se fuera. Y más aún con el segundo, último de la tarde (ya era de noche, y nadie se movía), el novillote bravo tapado con su propia cara al que le remató la faena con un empinamiento en las puntas de los pies de satisfacción de quien sabe todo lo bien que ha toreado.

Vayan ustedes a verlo.


Yo dije que fui a Bogotá a ver a José Tomás, pero ví a Manzanares, Antonio, y anoche volví a verlo.