lunes, 10 de septiembre de 2012

El color del toreo: el deber y el derecho

Por Víctor Zar

Sin dejar de leer y releer los libros escritos por el genial Ernest Hemingway les dejo un trozo de "muerte en la tarde"... prosa que le asoma como 'catedrático' en esta ciencia social taurina...


“Tras de haber asistido a algunas corridas lo suficiente como para haberse dado cuenta de lo que se trata, si los toros empiezan a significar algo para usted, tarde o temprano se verá obligado a mantener una posición definida en relación con ellos O le gustan a usted los verdaderos toros, la verdadera lidia, y espera que se formen buenos toreros que sepan lidiar, como sabe hacerlo, por ejemplo, Marcial Lalanda, o que aparezca un buen torero que se pueda permitir el romper todas las reglas, como las rompió Belmonte; o bien acepta usted la fiesta en su estado actual, se hace usted amigo de los toreros, se coloca en su punto de vista –hay siempre en la vida buenas y válidas excusas para todas las debilidades–, se pone usted en su lugar, echa a los toros la culpa de sus desastres y aguarda a que salga el toro que ellos quieren ver salir al ruedo. En cuanto usted haya hecho todo esto, se hará tan culpable como todos los que viven de la lidia arruinándola, y será usted todavía más culpable que ellos, porque paga para arruinarla.

Muy bien, pero ¿qué se puede hacer?, me dirá. ¿Quedarse al margen? ¿No ir a los toros? Se puede uno quedar al margen, pero sería como quitarse la nariz para escupirse en el rostro. Mientras la fiesta le inspire algún placer, tiene usted derecho a asistir. Puede usted protestar, puede usted hablar, puede usted convencer a los otros de su imbecilidad, aunque todo eso sea inútil, si bien las protestas sean necesarias y útiles a su debido tiempo en el ruedo. Pero hay otra cosa que puede usted hacer también, y es distinguir lo que está bien de lo que está mal, saber juzgar lo que es nuevo, sin dejar que nada turbe su juicio. Usted puede seguir asistiendo a las corridas, aunque sean malas, y usted puede dejar de aplaudir lo que no es bueno. Porque usted tiene el deber, como espectador, de mostrar que aprecia las cosas buenas y valiosas, aun reducidas a lo esencial y aunque no tengan brillo.

Usted debe apreciar el trabajo bien hecho y la manera correcta de entrar a matar a un toro con el que es imposible hacer un trabajo más lucido. Porque un torero no será durante mucho tiempo mejor que su público. Si el público prefiere los trucos a la sinceridad, el torero hará trucos. Y si un espada realmente bueno tiene que aparecer y seguir siendo honesto, sincero, sin trucos ni mixtificaciones, necesita contar con un núcleo de espectadores para los que pueda trabajar cuando aparezca. Y si esto suena un poco como un programa de «esfuerzo cristiano», ¿puedo añadir que creo firmemente en el lanzamiento de almohadillas de cualquier tamaño, de mendrugos de pan, de naranjas, de patatas, de animalitos muertos de todas clases, incluso de pescado podrido y, si es necesario, de botellas, siempre que no se arrojen a la cabeza de los toreros y hasta, en ocasiones, en el incendio de la plaza, si una protesta en forma correcta no ha tenido efecto?”


Página 128-129 Muerte en la tarde, Editorial Planeta
Original: Death in the afternoon
Traducción de Lola Aguado
Impreso en España, 1993