martes, 11 de diciembre de 2012

ACHO. Epifanía sevillana en Lima (crónica de la última de feria)

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Una revelación, epifanía del toreo sevillano se vivió en Lima el domingo 9 de diciembre en Acho.

No sólo porque esté asentado su nacimiento en esa tierra sino porque su toreo viene acrisolando aquel aroma particular, en su estética y esencia, que en el tiempo prodigan sus hijos, los toreros sevillanos. Y Daniel Luque es uno de ellos. Ahora ya, y me atrevo a decir que desde la epifanía limeña, con denominación de origen, atesorada en el alma, sí, pero nunca antes mostrada en la dimensión que dio, por estética –repito-, inspiración y arte.



Algún atisbo dejó el año pasado. Valor y maneras le vimos cuando novillero pisó por primera vez la arena de abajo el puente de piedra por el que cantan que paseó la flor de la canela…

Pero esta vez no fue lo uno ni lo otro. Fue único. Me atrevo a decir que mágico. Una revelación. Sé de lo que hablo. Esta sensación la viví hace casi tres meses en Nimes cuando una tarde alcanzó tal nivel de perfección que todo parecía mágico, sobrenatural. Ayer fueron los minutos que toma la lidia de capote y muleta, en el 3º de la tarde.

Porque desde que Daniel se dispuso a mecer el percal lo hizo con alma y corazón arrebujando el tiempo y el compás.

Poco apresto, tela suelta, sensibilidad en las yemas y muñecas rotas para enjugar con su lienzo la faz del burel y después destapar el tarro de su esencia sevillana con las tres medias y cuarto, desgarrando el capote abajo en la arena. La parroquia ya estaba enloquecida, disfrutando.

Quietud, parsimonia y torería en muletazos por alto con el mentón hundido en el pecho que acompasaba –y acompañaba- el paso del toro. Y, como en copla de sevillana, la mano que no toreaba, acompañaba el ritmo que empezaba a tomar la faena, intercalando trincherillas y sutiles desprecios. La plaza ya vibraba como hace mucho no lo hacía, y aquello estaba empezando.

Surgió el toreo en redondo y con desmayo luego alargando el brazo con temple y donosura sin dejarse topar la franela. Y volvió a surgir la danza torera, componiendo con el cuerpo, llenando los espacios con su estética y acompañando la entrega del noble con su cuerpo esculpiendo una obra maestra. Perfecta. Hasta el golpe de cabeza en los cuartos traseros tuvo dulzura. Faena estética, suave, dulce, arrebujada. Con la otra mano el toreo fue natural y a gajos. Suave y relajado. Sin acero, meció la pañosa de ida y vuelta que flameaba como pañuelo. El delirio. Tras el espadazo ya la gente cantaba la faena como de escapulario. Hoy, seguimos hablando de ella como la mejor en muchos años.

En hebreo significa ‘justicia de Dios’, haciéndole honor, Daniel pegó el golpe en la mesa de arena. Se fue a hombros, con el corazón de la sensible afición de Acho bajo su chaleco y la sensación para los dos, que nacía un romance con Lima. Por la noche supimos que se llevó el trofeo de la feria. Dios y los políticos permitan que esta no sea la última faena de escapulario que viva la más que bicentenaria plaza americana.

Apunte. Esa tarde fue histórica también por la presencia del ciclón jerezano Juan José Padilla que cumplía su primera corrida en Acho. Cortó oreja. Se le vio templado y conduciendo con tacto al primero, le cortó oreja. En el otro, lo vimos en estado puro, embistiendo ante tan poco material. Fandiño, que debía refrendar su tarde triunfal (del 18 de noviembre, segunda de tres), y por qué no, su temporada española, para optar por el trofeo ferial limeño, no estuvo centrado. Le pesó la púrpura tras la faena de Luque, desenfocado en el 5º al que le encontró el sitio finalizando la faena. Se fue de vacío. Del ganado de San Esteban de Ovejas, funcionaron 3º y 1º .